lunes, 1 de junio de 2015

Comparto sección de mi nuevo libro

Ventas bajas: ¿consecuencia? Sí.

Ante la ya casi normal y perenne crisis económica, la cual ha derivado en desempleo generalizado tanto como en sueldos y salarios cada vez más bajos, los nuevos emprendimientos comerciales han resultado ser la principal manera como la población intenta asegurarse algún ingreso económico que de manera honrada y honesta les permita, más que sobre llevar la vida, construir sueños y realidades.

De tal suerte, las nuevas empresas han florecido como primavera, en tanto los antiguos establecimientos comerciales, sólidamente establecidos, que no pueden darse el lujo de ser indiferentes y quedarse atrás, también han tenido que incrementar de manera exponencial su presencia dentro de los mercados.

Así, en los últimos años han abierto sus puertas al público cientos, miles de nuevos negocios, los cuales han ampliado, sin correlación alguna con la demanda, la oferta de diversidad de productos. Desde panecillos y galletas, viajes, excursiones, salones de belleza, supermercados, boutiques y abarroterías,  hasta bicicletas de bambú, entre cientos más.

Sin embargo, como señalo, dicha expansión no es propia únicamente de los nuevos negocios, pues de ser así, los antiguos, las empresas tradicionales, las realmente arraigados en el mercado, correrían grave riesgo de perder su valiosa participación de mercado e incluso de desaparecer. De tal suerte, cada nuevo centro o complejo comercial que abre puertas al público, como otro más de los tantos negocios nuevos que se desarrollan hoy día, ofrece los mismos 10 o 12 establecimientos comerciales tradicionales en el mercado, como anclas que auguran y prometen algún tránsito de personas, a la vez que 20 o 70 nuevas empresas que tienen la esperanza de atrapar a algunas de tales personas y hacerlas sus clientes.

La oferta pues, ha crecido, aunque la demanda, con suerte quizá ha permanecido estática durante los últimos años, a pesar del crecimiento vegetativo anual de la población. Pero si a ello aunamos la pérdida del valor adquisitivo de nuestras monedas,  inferimos que la crisis resulta agobiando a todos. Aunque en última instancia, sabemos, a quien depende de un sueldo fijo.

Como consecuencia de la situación económica entonces, es lógico y comprensible escuchar frecuentemente a nuevos emprendedores, empresarios tradicionales y a algunos gerentes de ventas, principalmente aquellos que realmente poseen responsabilidad y pasión por su trabajo, quejarse acerca del grave problema de las bajas ventas de los productos de su empresa.

Claro. Las bajas ventas son un grave problema para todo aquello que las mismas generan, tal como el sueldo mismo de ese gerente de ventas y hasta su permanencia en el puesto, ya que si no logra incrementarlas, será reemplazado en breve, como suele suceder. Al igual que no pocos colaboradores más cuya función, aunque importante, puede ser temporalmente asumida por otros, quienes lejos de quejarse por algún quehacer adicional con el que cargarán, verán una magnífica oportunidad para conservar sus empleos y estarán agradecidos con no ser despedidos, en tanto las bajas ventas azotan a la empresa.

De tal suerte, las ventas bajas se aceptan generalmente como un problema.

Por fortuna, conforme avancemos en la lectura de la presente, descubriremos y comprenderemos que tal perspectiva es muy limitada y pobre, ya que sólo alcanza a ver una ínfima parte del panorama. Sin embargo, para poder alcanzar esas otras perspectivas, diferentes, más amplias y ricas, que nos permitan ver más allá de problemas: soluciones, los emprendedores requerimos de un nivel superior pero a la vez más concreto de conocimiento y comprensión de lo que sucede en esa no pocas veces tormentosa y apasionada relación empresa - mercado.

Hace décadas que no basta con ser simpático, amable y tener buenos nexos con la comunidad. Ahora resulta indispensable analizar y examinar constantemente, una a una y desde distintos ángulos, y tomando en cuenta su sinergia en la gestión del negocio, las variables de mercadotecnia más incidentes en torno al mismo.

De tal, la invitación está abierta para que ingresemos, analicemos y despedacemos diferentes ideas y conceptos en el maravilloso mundo del mercadeo, las ventas, los clientes y demás, con el propósito de ampliar nuestra perspectiva acerca de nuestra empresa, y podamos así tomar decisiones más certeras y decisivas para la obtención de mejores resultados, principalmente en el ámbito de las ventas.  






El propósito de toda empresa comercial es la ganancia.

Sí. Esta es la manera más simple y concreta de justificar los riesgos que los emprendedores debemos aceptar cuando decidimos crear y desarrollar una empresa: obtener algo mayor o mejor a cambio de lo que aportamos en el inicio. Generalmente: ganancias.

Sabido es que en la creación de una nueva empresa se aporta principalmente dinero. Por eso, en términos financieros existe lo que se conoce como inversión. Aunque en el estado de resultados también existen las pérdidas y ganancias.

Sin embargo, más allá de dinero, crear una empresa también nos exige trabajo.

De tal suerte, ser emprendedor e iniciar un negocio requiere que nos ocupemos verdaderamente en él, con el propósito de más allá de tan solo iniciarlo, pues tal es sumamente fácil, hacerlo crecer, desarrollarlo y consolidarlo en el mercado como una empresa comercial exitosa.

Tal ocuparnos en el negocio resulta tan necesario la mayor parte del tiempo que nos exige olvidarnos de algún cómodo horario de trabajo fijo y fines de semana libres para el ocio y la distracción. Sí. Un negocio propio nos exige, la mayor de las veces, muchísimo más tiempo de ocupación que empleo alguno. De hecho, si le preguntamos a otros emprendedores, nos responderán que dedican 24 horas al día, los 365 días del año, en la atención, cuidado, desarrollo e intento de consolidación de su empresa.

Por supuesto, conforme la nueva empresa empieza a consolidarse en el mercado, podemos llegar a disponer de algún tiempo extra, sin embargo, siempre la tendremos en mente. En la primera posición del pensamiento. Así, de ser el caso que casualmente veamos algo por ahí o por allá, inmediatamente pensaremos en cómo aprovecharlo en nuestro negocio. Incluso, en cómo hacer para que funcione de mejor manera. Y podremos verlo o escucharlo en la calle, en la televisión, el internet, los diarios o en la radio, o en cualquier otro momento y lugar, tal en un velatorio, en una fiesta, en un crucero por el caribe o en una excursión a las montañas, que siempre acaparará nuestra atención, pues como verdaderos padres de la criatura, perennemente tendremos en la primera fila de pensamiento a nuestra empresa.

Los emprendedores vacacionamos en tanto trabajamos, y trabajamos en tanto vacacionamos.   

Como consecuencia de ese fuerte arraigo e importancia del negocio en nuestra mente, debemos ser también poseedores de mucha fortaleza anímica, constantemente, pues sea lo que sea, suceda lo que suceda en nuestra empresa, esta siempre es y será algo muy propio, sumamente personal, y por ende, difícil de que resulte de interés con el mismo grado de intensidad para quienes nos rodean. No todo mundo está perennemente inmerso o vive con la ilusión tan grande por la empresa propia como nosotros, sus verdaderos gestores.

De tal suerte, nuestro riesgo como emprendedores no se limita a la pérdida de dinero. Aunque es lo único que se contabiliza.

Al ser algo tan personal, y con tantas exigencias humana y emocional, los emprendedores corremos riesgos también con nuestra salud, tanto física como mental, con nuestro ámbito social y hasta con nuestra familia. Y es que para muchos, un fracaso comercial es un estigma. Una carga a las espaldas que frustra y avergüenza, aunque los emprendedores añejos, y por ende auténticos, sabemos que todo fracaso comercial es un aprendizaje. Una experiencia invaluable para un nuevo intento. Lo hemos vivido durante no pocas ocasiones, sin duda alguna.

Pero bueno, sí. Dados los riesgos financieros, de salud, emocionales, sociales y hasta familiares que iniciar un negocio implica, el propósito del mismo no puede ser menos que el logro de una mejora en el nivel de vida de quien lo emprende, y para ello necesita obtener más dinero del que en principio aporta. Un negocio tiene que ser un ente generador de dinero. De utilidades. De regalías. De réditos. De ganancias. Y éstas, mucho más allá del dinero inicialmente aportado, deben compensar también el trabajo y el tiempo empleados así como los otros riesgos señalados.

Es el objetivo, claro, aunque no pocas veces, inalcanzable, y peor aún, generador de grandes debacles. Recordemos que según estadísticas mundiales, el 90% de nuevos negocios fracasa.   

¿Cómo obtener entonces tales utilidades o ganancias?

Pues, en principio, aplicando al proceso administrativo de nuestro negocio la filosofía de la mercadotecnia, esencialmente en cuanto a:
·           Generar y construir valores agregados en nuestros productos o servicios, así como experiencias de compra maravillosas y únicas para los clientes.

Sí, nuestro trabajo como emprendedores solo tendrá sentido cuando constantemente construimos o desarrollamos valores agregados para nuestros productos y experiencias de vida maravillosas, o de compra para ser más preciso, para nuestros clientes.

Por supuesto, para ello debemos tener en cuenta y practicar también todo lo que la teoría de administración dicta al respecto, desde los manuales de normas y procedimientos, organigramas, planes de negocio, objetivos, estrategias y demás, tanto como el control contable y financiero necesario y con no menor importancia la sicología del consumidor, cuidando en todo instante que toda acción en dichos ámbitos apuntale hacia esa construcción de valores agregados en nuestros productos y experiencias de compra fantásticas para nuestros clientes, como el producto final de nuestra oferta global.

De igual manera, es preciso acotarlo en este instante, debemos tener presente siempre que dicho logro: valores agregados y experiencia de compra maravillosas, a pesar de finalmente llegar a hacerlos reales, nunca nos permitirán sentarnos cómodamente a disfrutarlos, principalmente porque la competencia siempre está al acecho, tanto para imitarnos como para superarnos, con la firme y clara intención de arrebatarnos nuestros clientes y quedarse con ellos de por vida mediante nuevas y mejores experiencias de compra y valores agregados.

De hecho, no sólo la competencia es dinámica. También los clientes, los consumidores, los canales de distribución, incluso el Estado mismo y hasta los pueblos ubicados en países allende el océano cambian constantemente, evolucionan, son mejores, o cuando menos distintos día a día, con lo que nosotros, como emprendedores, no podemos sentarnos algún día a descansar y proclamar nuestro éxito en relación con tales premisas de construcción de valores agregados y experiencias de compra maravillosas.  El mercado es dinámico. Los mercados son dinámicos. Todo se mueve, dijo ya alguien por ahí.

Pero más allá, los mercados también están sujetos a fuerzas macro que también nos atan a nosotros los emprendedores.

Por un lado, los clientes, como seres humanos cuyos procesos de pensamiento se sitúan entre el continuo racional - emocional, son cambiantes perennemente. Como consecuencia, poco predecibles cuando no totalmente inciertos. De tal suerte, nuestros esfuerzos como emprendedores por investigar, saber y entender lo que hoy gusta a nuestros clientes, puede resultar totalmente inútil en unos cuantos meses e incluso semanas.

Además, hoy por hoy la información fluye a través del planeta con excesiva velocidad y sin barrera alguna, con lo que las tendencias de los mercados han dejado por completo de ser locales o cerradas, y mucho menos estáticas; por el contrario, son mundiales, totalmente. Y totalmente dinámicas, también. El más leve estímulo desde las redes sociales o los mass media globalizados puede producir drásticos cambios en todo mercado.

Finalmente, el poder que las empresas líderes mundiales han alcanzado mediante las tecnologías de la comunicación es evidente y contundente, máxime para más allá de escudriñar dentro de los rincones de la mente y descubrir necesidades y deseos ancestralmente latentes, manejar a su conveniencia en cuestión de horas las actitudes de los clientes y consumidores.

De tal suerte, los violentos y drásticos movimientos que antaño veíamos estrictamente en los productos de moda, a causa de esa emoción y actitud positiva que a tales les es inherente en el ser humano, se reflejan ahora en la mayoría de productos, principalmente porque hoy día el desarrollo de los nuevos productos y su novedad e innovación se administran como modas, y por lo tanto, sujetas a un manejo emocional, a nivel subconsciente, mediante la comunicación. No importa que el producto le guste al consumidor y esté satisfecho con él, pues en pocas semanas o meses, el mismísimo fabricante o su competencia más cercana ofrecerán un sustito “mejor” que hará obsoleto ese que con tanto entusiasmo el cliente compró poco tiempo atrás.

Así las cosas, los emprendedores no estamos libres de dichos poderes, pues amén de su dimensión, tales provienen también desde el mercado mismo, aunque de distintos frentes.

Los emprendedores entonces debemos estar atentos perennemente,  tanto con lo que nuestro segmento de clientes necesita y le hace feliz, como con la comunicación global que se pregona por los diversos medios y lo que desde allá, desde ese otro lado que solo sospechamos, se puede estar pensando y haciendo en relación con las demandas en el mercado global.

¿Por qué? ¿Por qué debemos los emprendedores estar atentos a tanto asunto global, cuando lo que nos interesa simplemente son nuestras ventas? Porque las ventas no son origen, nunca, sino consecuencia.

Sí. Consecuencia de nuestra habilidad para conocer, comprender y entender el mercado y a nuestro cliente, incluso intentando anticiparnos a lo que hará, y traducir dicha conocimiento, comprensión y entendimiento en valores agregados a nuestros productos o servicios que dichos clientes compren mediante la vivencia de una maravillosa experiencia con nosotros.

De tal suerte, los emprendedores, como verdaderos estrategas de negocios, debemos saber que resulta esencial acomodar nuestra nave, nuestra empresa, de acuerdo a las corrientes del mercado. Remar o dejar de remar e incluso arriar o izar las velas en el momento preciso, de manera que nos permita mantener nuestra nave justo en el punto más alto de la cresta de la ola, a sabiendas que si mermamos en nuestro esfuerzo e ímpetu, la ola nos dejará rezagados, pero también, que si adelantamos o impulsamos de más la nave, nos estrellaremos estrepitosamente contra la mar misma.

Sea entonces la nave un negocio al detalle o al mayoreo, a través de intermediarios, es preciso mantener estrecha vigilancia y control sobre todo lo que circunda en el mercado, máxime en aquellas variables que por su propia naturaleza nos resultan más susceptibles de controlar y administrar, tal cual las de la mezcla de mercadotecnia indica, a saber: personal, plaza, producto, precio y promoción. Y de entre ellas, en este texto, la promoción, la cual abarca el tema de las ventas, que es el que nos ocupa.


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