De tal, iniciamos
revisando que todo estímulo al que el ser humano se expone es potencialmente comunicador
de algo, y en consecuencia, potencialmente productor de algo. Sean
sentimientos, recuerdos o acciones.
Desde los
estímulos visuales: cuando observamos los verdes volcanes o el mar
extendiéndose hasta el infinito que nos incitan a viajar, recordar o soñar; o
auditivos, como el trinar de los pájaros en el bosque cuando el viento ulula.
Olfativos, cuando pasamos frente al restaurante y percibimos el aroma de los
ajos friéndose en el aceite de oliva junto a la albahaca y se nos despierta el
apetito o simplemente sentimos el agradable calor que los leños ardiendo en la
chimenea esparcen en la intimidad y que nos incitan a degustar una taza de
espumeante chocolate caliente.
FRAGMENTO DE MI PRÓXIMO LIBRO
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